viernes, 18 de septiembre de 2009

Juan Cabandié: “La casa de Falco era una sucursal de la policía”

En primer grado, el nieto restituido Juan Cabandié Alfonsín recibió una orden de quien por entonces creía que era su padre: “Cuando te pregunten qué hace tu papá, tenés que decir ‘visitador médico’”. El apropiador de Juan, Luis Antonio Falco, integraba una superintendencia de inteligencia de la Policía Federal (PF).
Fue una de las muchas revelaciones que se escucharon en la primera audiencia del juicio por apropiación contra Falco. Vale aclarar que se trata de un proceso tramitado por el antiguo código penal, por lo cual no es de carácter oral y público. Gracias a las gestiones de Abuelas de Plaza de Mayo, sin embargo, los testimonios serán públicos.
“Con los años –detalló Juan– fue relatando las actividades que desarrollaba en la fuerza de seguridad. De hecho, se llegó a jactar de haber hecho allanamientos y de haber obtenido así diversos artículos como una guitarra y muchos discos, que llevaba a la casa donde me hacían vivir”.
Con suma paciencia, puesto que el sonido de la sala no era el adecuado y casi había que dictarle a la secretaria del tribunal, Juan añadió que Falco andaba armado en todo momento y que en la casa había platos con escudos de la PF y reconocimientos de la fuerza. “Su círculo íntimo también estaba vinculado a la Federal”.
“Cuando yo tenía 9 ó 10 años, Falco realizó una capacitación en la escuela de comandos de la Policía Federal, sobre Camino de Cintura, fue un entrenamiento militar. Por esta formación recibió el título de comando y como souvenir una boina”.
Sobre esa misma boina, Falco prendía las esvásticas que le regalaba su amigo Jorge Veyra, otro policía federal. Apodado “el Pájaro Loco”, Veyra y su esposa hacían las veces de padrinos de Juan y de su hermana Vanina, hija biológica del matrimonio Falco.
“Veyra iba todos los fines de semana al club de la Policía Federal, en Avenida del Libertador y Crisólogo Larralde, adonde también íbamos nosotros. Ahí, en la pileta, Veira llegó a discutir con Vanina acerca del genocidio nazi, que él justificaba. ‘Cuando crezcas vas a saber cómo son los judíos’, le dijo”.
Juan contó que Veyra había depositado “esperanzas militares” en él y que incluso le regalaba revistas militares y uniformes de fuerzas especiales. “¿Cómo está mi cadete?”, era el saludo de Veyra cuando Juan, en séptimo grado, asistía a una academia preparatoria para el Liceo Militar que, por suerte, no siguió. Según Juan, Veyra hacía gala de “cuántos estudiantes universitarios se habían cargado” en operativos durante la dictadura.

“Los criaron con amor”
Al club de la policía también concurría otro apropiador de hijos de desaparecidos, el subcomisario Samuel Miara. Gonzalo y Matías Reggiardo Tolosa, sus víctimas, eran por entonces amiguitos de Juan. “De la noche a la mañana, sin explicaciones, dejé de verlos”, relató Juan.
En efecto, Miara los volvió a secuestrar y se los llevó al Paraguay del dictador Alfredo Stroessner. “Un día vi en la tele un anuncio en el que se pedía información sobre el paradero de los mellizos y fui a decirles a mis apropiadores. Me respondieron que era una confusión”.
“Tiempo después, Falco y su mujer viajaron a Paraguay y a la vuelta contaron que ‘por casualidad’ se encontraron con Miara, su esposa y los mellizos”.
Aún así, cuando cobró mayor visibilidad el caso de los Reggiardo Tolosa, a Juan le “blanquearon” la situación. “Me dijeron que sí, que tenían a sus padres desaparecidos pero que los Miara desconocían eso, que se los entregaron, los criaron con amor y que fueron tan buenos que los alimentaron bien, que al momento de recibirlos eran como ‘dos ratitas de flacos que estaban’”. Juan agregó que Falco le dijo que fue él quien “consiguió los documentos de los mellizos”.
Juan precisó los maltratos a que lo sometía Falco. Golpizas que terminaron en traumatismos y vómitos. Violencia psicológica constante. “La casa era una sucursal de la policía”. Cualquier cosa podía ser motivo para una paliza.
En junio de 2003 Juan se acercó por primera vez a las Abuelas. Ahí comenzó a confirmar sus sospechas de que era hijo de desaparecidos. Esa misma tarde, todavía sin la certeza del examen de ADN, Juan llamó a Falco, a quien no veía hacía cinco años, desde que se había separado de su mujer.
“Le dije que sabía que era hijo de desaparecidos y lo increpé para que me diera datos acerca de mi origen. Él se negó, insistió en que era mi padre y me preguntó: ‘¿Quién más sabe de esto que me estás contando?’”, recordó Juan e hizo una breve digresión: “Pese a que no lo veía desde los 19 años el miedo seguía en mí, lo llamé con mucho temor sobre lo que pudiera hacer él luego de que yo le contara mi certeza”.
“Entonces le dije que lo sabían Estela de Carlotto y el presidente Kirchner”, completó Juan, riéndose de su propia ocurrencia, como toda la sala. “También lo sabían mi hermana Vanina y el militante de HIJOS Walter Muñoz”.
Juan cortó la comunicación. Al rato fue Falco el que lo llamó. Le propuso una reunión que Juan rehuyó. “Pasó a preguntarme qué necesitaba yo ‘para terminar con esto’, como diciéndome ‘cuánto necesitás’”.
Al cierre de su testimonio, Juan destacó el acompañamiento de Abuelas en el proceso de restitución de su identidad, en particular del equipo psicológico de la institución. Entre el público estuvieron la presidenta de Abuelas, Estela de Carlotto, el secretario de la institución, Abel Madariaga, nietos restituidos y muchos amigos de Juan.
Aplausos primero, abrazos después, al bajar del estrado, despidieron el duro relato de Juan, actual legislador de la Ciudad de Buenos Aires, quien con la calma que sólo otorga la verdad continúa escribiendo su propia historia, la que por más de 25 años le negó su apropiador Falco.

“Era un bebé hermoso”
Luego de Juan, fue el turno de María Alicia Milia, secuestrada entre el 28 de mayo de 1977 hasta el 19 de enero de 1979 en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Fue levantada en plena calle, torturada en el sótano de la ESMA y se como detenida se le asignó el número 324. De allí fue llevada al altillo del mayor centro de detención de la dictadura, más conocido como “la capucha”.
Milia confirmó que conoció a la mamá de Juan, Alicia Alfonsín, a quien le decían Bebé “porque tenía el pelo cortito, rubio, y porque era muy jovencita”. Recordó que era muy delgada y tenía una “panza inmensa”. La testigo manifestó que Alicia venía de otro centro clandestino, El Banco, en el cual había quedado su esposo, Damián Cabandié.
Para recibir los partos de las detenidas embarazadas llegaba un médico naval, Jorge Luis Magnacco en el caso de Juan, quien con la ayuda de alguna detenida atendía a la parturienta. Esto último, aclaró Milia, fue algo que se logró conquistar.
“Cuando nació Juan recuerdo que lo tuvo Alicia Tokar, una compañera secuestrada, y me lo mostró, era un bebé hermoso, grande, y este nacimiento, como los otros que se daban allí, nos conmovía a todos, que hubiera vida, en un lugar de muerte, nos conmovía”.
“Desgraciadamente no a los marinos que cruelmente planteaban a las embarazadas que escribieran una carta a su familia que ellos les llevarían al bebé, mientras ya sabían quién iba a quedarse con el niño…”.
Elisa Tokar, la detenida que le mostró a Juan recién nacido a Milia, fue la siguiente testigo de la jornada. Tokar certificó los dichos de Milia y echó un poco de luz sobre el itinerario previo de Alicia, quien habría sido trasladada a la ESMA por “el coronel Minicucci”, presunto responsable del centro de detención El Banco.
El primer día de testimonios públicos culminó con las declaraciones de otras dos ex detenidas de la ESMA, Graciela Daleo y Ana María Martí. Todas las testigos dieron crédito a la conexión ESMA-Policía Federal y brindaron precisiones sobre el sistemático plan de apropiación de menores de la dictadura.

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