martes, 29 de septiembre de 2009

Científicos del BNDG respaldaron el examen que determinó la verdadera identidad de Juan

“No era posible excluir el vínculo por rama paterna entre Mariano Andrés Falco (Juan) y el grupo familiar Cabandié-Alfonsín”, fue la conclusión a la que arribaron los especialistas del Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG) en la cuarta audiencia pública por la causa contra el ex policía Luis Falco.
Oscar Santapá, perito del BNDG, María Belén Rodríguez Cardozo, actual coordinadora del Banco, y Ana María Di Lonardo, directora de la institución al momento del análisis de ADN, coincidieron ante la jueza María Servini de Cubría acerca del carácter indubitado de la filiación entre Juan y sus padres desaparecidos, Damián Cabandié y Alicia Alfonsín.
Santapá, de profesión técnico químico, explicó: “Estos estudios se hacen internacionalmente, están aprobados y estandarizados para determinar vínculos genéticos entre individuos. A partir de los niveles de exigencias establecidos por la Sociedad Internacional de Genética Forense, el grado de probabilidad en el análisis alcanza el 99,98 por ciento”.
Experta en inmunología clínica, Di Lonardo puntualizó que si bien no es posible hablar de certezas en este tipo de análisis, más que para afirmar la exclusión, está segura de que ningún examen nuevo pondrá en duda “los altos porcentajes de abuelidad materna y paterna obtenidos”.

El rostro de la lucha
Antes de los testimonios de los científicos, declaró Yole Opezzo, ex compañera del abuelo paterno de Juan. Aunque sin lazo sanguíneo con Damián, para ella era su hijo, así como Juan es su nieto. Yole recordó que, en noviembre de 1977, momento en que desaparecieron, Damián Cabandié era delegado gremial en la vieja ENTEL y Alicia trabajaba para una farmacia.
“Ella venía todos los días para mi casa pero un día dejó de venir, entonces fuimos con su mamá a averiguar y nos enteramos que diez personas de fuerzas conjuntas había ingresado en la habitación que alquilaba con Damián. La estaban esperando, cinco arriba y cinco abajo”.
A todo esto, su marido hacía días que no había vuelto del trabajo y desde ENTEL habían mandado una carta diciendo que estaba por quedar cesante por acumulación de faltas sin justificación. Evidentemente, ya era un desaparecido.
Alicia y Damián se habían casado el 23 de diciembre del 76 y, luego de vivir un tiempo en casa de Yole, aunque con poca plata, decidieron alquilar una habitación e irse a vivir juntos. De allí, un año más tarde, se llevaron a Alicia, de sólo 16 años, “a los golpes y en un camión de sustancias alimenticias”. Durante el operativo “se repartieron la plata en el baño” y vaciaron completamente el cuarto.
Yole comenzó la búsqueda, golpeó puertas, reclamó en la calle y en la plaza, le tiraron balas de goma y agua fría. “Todas luchábamos mucho, era bravo, las que nos animábamos”. La denuncia de una ex partera de la ESMA publicada en la revista La Semana fue el detonante para la recuperación de Juan. Yole se incorporó a las Abuelas de Plaza de Mayo y, pista por pista, logró que el bosque de la verdad abriera camino.
Fue en 2004. Ahí estaba Juan, que era Cabandié, que era Alfonsín.
(Facundo Rattel)

viernes, 25 de septiembre de 2009

Un ex agente identificó a Falco como uno de los jefes del grupo de tareas de Seguridad Federal

Armando Víctor Lucchina, testigo en la tercera audiencia pública del juicio contra Falco, fue efectivo de la Policía Federal (PF) entre 1971 y 1980. Durante la última dictadura, trabajó en la Superintendencia de Seguridad Federal y precisamente allí conoció al acusado. “Falco tenía su oficina en el primer piso del edificio, donde estábamos nosotros, la guardia de prevención. Era jefe de Despachos Generales. Dependíamos administrativamente de esta oficina, a la que entregábamos listas de detenidos, novedades, cobrábamos ahí”.
En el edificio, situado hasta hoy en Moreno 1417 de la Capital Federal, funcionó un centro clandestino de detención. Luchina, testigo en el Juicio a las Juntas y recientemente en la causa por la Masacre de Fátima, sostuvo que Falco “como todos los jefes” participaba de la coordinación.
La prisión policial, en el tercer piso, se llenó de detenidos-desaparecidos, tanto que se utilizaron dos plantas más para hacinarlos. “Tiempo después del golpe, me ordenaron que vaya al cuarto piso. Habían desalojado una oficina, había una persona al lado de la otra, en el suelo, las manos atadas, con capucha o con los ojos vendados, y cada uno con una cartulina que decía su nombre y la organización que supuestamente integraba”.
Lucchina contó que los miembros del grupo de tareas, “para mandarse la parte”, golpeaban a los detenidos, o cruzaban la oficina a los saltos, “pisoteándolos y saltándoles por arriba”. Falco entraba y salía de todas las oficinas, iba de un piso a otro, accedía periódicamente a los espacios donde estaban los detenidos.
“Los jefes”, como los definió Lucchina, “se reunían, tenían un trato común, salían y comían juntos. Carlos Gallone –condenado a perpetua por la Masacre de Fátima–, Miguel Ángel Trimarchi –absuelto absurdamente en dicha causa–, “El Japonés Martínez” y Samuel Miara, eran algunos de los cabecillas de la patota policial.
Como Falco y su amigo Jorge Mario Veyra, “Pájaro loco”, mencionado por Juan Cabandié en su declaración y un triste recuerdo para Lucchina: “Veyra estaba en el cuarto piso, siempre andaba de civil pero cuando pasaba lista en el playón se ponía uniforme y nos podía arrestar y golpear por cualquier cosa: por no tener un zapato lo suficientemente lustrado, por llevar el pelo un poquito largo, llamaba al armero para que controlara si nos faltaba una bala o si el arma estaba sucia”.
Un escalafón abajo de “los jefes” se encontraba el personal del grupo de tareas, el más notorio “el Turco Julián”, sargento primero, alias “el Carnicero” y en palabras de Lucchina “el más lenguaraz”. Pero también el sargento Block, el comisario inspector Marcote (alias “el Lobo”), entre otros. “Llevaban a los detenidos destrozados. Aunque yo no presenciaba la tortura, veía los resultados. Los prisioneros tenían entre 16 y 25 años, chicos, como yo, que tenía 24. También había mujeres, al llegar contaban que habían sido violadas. Yo hablaba con ellos. Llegaban muy lastimados, hasta quemados porque los habían rociado con alcohol y prendido fuego”.
La picana era práctica habitual. Pero no sólo los detenidos contaban sus padecimientos. Los represores se jactaban de sus crueldades. “A éste le di 220 directa”, decían. Intercambiaban detalles sobre los tormentos que aplicaban. Narraban los abusos a los que sometían a las mujeres.

“Acá somos la CIA”
Los miembros de la patota se consideraban a sí mismos como una “elite”. “Acá somos la CIA”, ilustraban. “Al personal de Seguridad Federal no se lo podía saludar por la calle por el tipo de tareas que desarrollaban, ya que esto podía dejarlos al descubierto”, señaló Lucchina.
Todos los días, uno de “los jefes”, con rango de subcomisario en general, quedaba a cargo toda la noche de los detenidos. Por lo tanto “tenían pleno conocimiento de lo que sucedía en el edificio: torturas, ejecuciones ilegales, traslados a otros centros clandestinos de Seguridad Federal en la Capital, Atlético, Olimpo, Orletti, Azopardo y Garage Cepita”.
“Las detenciones eran cada vez más. Los calabozos se llenaban. Muchas veces retiraban a esta gente y al otro día, yo lo veía en el diario, aparecía muerta en supuestos enfrentamientos. Eran ejecuciones montadas”, afirmó Lucchina, quien añadió que “el grupo de tareas operativas” salía por la noche y volvían de madrugada con los detenidos ilegales, los “RAF”, como los llamaban, en alusión a la Royal Air Force británica, “porque como los aviones estaban en el aire”. La lista de los “RAF” cambiaba minuto a minuto.
Como el resto de la custodia del edificio, Lucchina percibía los movimientos que anunciaban la proximidad de algún mega-operativo: la presencia del ministro del Interior, coroneles y almirantes, o el arribo de grandes cargas de trotyl y de armas de grueso calibre. “El único que no veía todo esto era el cieguito que vendía golosinas al lado del ascensor, pero aún siendo ciego se daba cuenta y me lo decía”, subrayó.
Al cierre de la declaración, la jueza Servini de Cubría –que de a ratos se durmió, como en las audiencias anteriores– dio paso a las preguntas de la fiscalía y la querella. No obstante, los abogados de Abuelas se vieron impedidos de hacerlo por una chicana del letrado defensor de Falco, Diego Martín Sánchez, quien planteó que por ser patrocinantes y no apoderados, en ausencia del querellante, Juan Cabandié, no podrían hacer preguntas.
La magistrada, después de una breve deliberación con sus secretarios, decidió hacer lugar al planteo, dejando “en suspenso” las preguntas de la querella hasta una próxima oportunidad. Sánchez pidió de inmediato que se le exhibieran a Lucchina unas fotos de “Luis Francisco Falco”, seguramente otro policía con el mismo apellido que el imputado, para hacerlo trastabillar en su testimonio. Pero se extralimitó en su juego sucio.
La fiscalía, en su intervención más activa a lo largo de todo el proceso, impugnó la pregunta por “indicativa” y a cambio pidió que se le mostraran a Lucchina otras fotos. El testigo identificó sin vacilar a Samuel Miara y, sin asociar con un nombre, al hombre que lo acompañaba. “Entraba y salía de Seguridad Federal con el resto de los jefes”, completó. Ese hombre era Falco.

“Damián ya no vuelve”
Además de Lucchina, se presentó a declarar Wilfredo Cabandié, abuelo de Juan, quien relató que Alicia, su nuera, estaba embarazada de siete meses al momento de ser secuestrada junto con su hijo Damián. “Vivían en la calle Solís 688. Se llevaron todo, incluso la ropa para el bebé. Recibí una llamada de Damián, preguntó por mí, pero yo no estaba. Después nada más”.
Wilfredo contó su búsqueda, las extracciones de sangre que se hizo para el Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG) y el día en que conoció a su nieto Juan en la Casa de las Abuelas. “La tristeza de un padre no se puede medir –manifestó–. Cuando se busca a un hijo no se sabe qué hacer. Ni siquiera tiene un sitio para llevarle flores. Gracias a Dios tengo a mi nieto y a mi bisnieto. Damián ya no vuelve”.
Los otros dos testigos convocados por la querella, el nieto restituido Matías Reggiardo Tolosa y su apropiadora Beatriz Castillo, amiga de los Falco, no se presentaron. La última audiencia pública se realizará el próximo martes 29 de septiembre.

martes, 22 de septiembre de 2009

No es frecuente incinerar un certificado de nacimiento, afirmó un funcionario policial

El legajo de servicio de Luis Antonio Falco, por pertenecer a un ex miembro de inteligencia, está sujeto a un preciso sistema de codificación. Para descifrarlo, la querella convocó al actual 2º jefe de Recursos Humanos y Gestión de la Dirección de Inteligencia Criminal de la Policía Federal (PF), Juan José Lagorio, quien prestó su testimonio en audiencia pública ante el Juzgado Federal en lo Criminal y Correccional N° 1.
Lagorio ingresó a la PF en 1975 y, según indicó, sólo conoce a Falco “de vista”. Con el legajo en mano, el funcionario policial detalló cada destino y tarea del imputado. Los presentes en la sala tuvieron un curso acelerado de abreviaturas y nomenclaturas de inteligencia:
– “Escuela” significa área de instrucción.
– “CB” quiere decir central de búsqueda (de información).
– “DCR”, división central de reunión.
– “DDF”, división de delitos federales.
– “DOSYS”, división obra social y sanidad.
– “DOS”, división obra social.
– “DI (C Superior)”, división de instrucción.
– “RES S”, resolución secreta.
– “División Personal” equivale a encontrarse en disponibilidad.
En una columna del legajo personal de Falco, figuran funciones diferenciadas por las letras A y B. La A significa, en líneas generales, tareas de calle, y la B labores técnico-administrativas.
Mención aparte requirió el uso del seudónimo en el cuerpo de inteligencia de la PF –que en el caso de Luis Falco era “Leonardo Fajardo”–, pensado para que los agentes "puedan realizar tramitaciones, pedidos de licencia, sean autorizados a contraer enlace", y todo esto sin riesgos para su identidad.
"Lo que se protege es el secreto del individuo, por si a raíz de algún extravío sus acciones tomaban conocimiento público", puntualizó Lagorio. Este pasaje de la declaración generó dudas pues no resulta lógico que el seudónimo se utilizara sólo para “trámites internos”.
Quedó claro, no obstante, que Falco estaba abocado a la recolección de información y su destino era la sede de Coordinación Federal (hoy Superintendencia de la PF), donde también revistaba, por ejemplo, su amigo Samuel Miara, otro apropiador e integrante de la patota de la PF.
Consultado por el abogado de Abuelas Agustín Chit acerca de unos agregados en el legajo del imputado, marcados con un circulito unos y con una cruz otros, Lagorio confirmó que el circulito significa “archivado separadamente” y la cruz “incinerado”.
Justamente, con fecha del 19 de abril de 1978, aparece el certificado de nacimiento del niño que Falco se apropió y una declaración jurada, y sendos documentos tildados con una cruz, es decir incinerados.
–¿Es frecuente la incineración la partida de nacimiento de un hijo? –preguntó Chit.
–No –respondió Lagorio, con seguridad.
Desde febrero de 1976 a diciembre de 1978, Falco se desempeñó en tareas vinculadas a la “reunión de información” hasta que pasó a la “división obra social”, en donde probablemente continuó con su trabajo de espía.
El letrado defensor, que no había concurrido al resto de las audiencias, preguntó a Lagorio si era posible que el acusado cumpliera funciones en otro lugar al indicado en el legajo como “destino”, en alusión a la etapa en la que Falco pasó a la “división obra social”, tratando de reforzar la hipótesis de que su defendido era un simple visitador médico. “Habitualmente no”, contestó Lagorio.
Cuando se apropió de Juan, por tanto, Falco hacía trabajo de inteligencia, sin uniforme, con seudónimo y amparado por el decreto-ley Nº 2075 de 1958, que rige el accionar secreto del cuerpo de informaciones de la PF. Recién a fines del 78 o principios del 79, pasaría a desempeñarse en la obra social que en aquel momento se ubicaba en la Comisaría Nº 46, en el barrio de Retiro.
El testigo Jorge Veyra, quien según recordó Juan Cabandié solía regalarle iconografía nazi a Falco, no se dio por notificado, por lo tanto faltó a su cita en el Palacio de Justicia.

Miriam Lewin, la secuestrada que vio a Alicia Cabandié con su hijo en brazos

La periodista Miriam Lewin, ex prisionera en la ESMA, declaró hoy en el juicio por apropiación contra el policía federal Luis Antonio Falco. “Estando en la zona conocida como ‘capucha’ vi por primera vez a una madre reciente. Fue cuando le pedí a un guardia, alumno de la ESMA, que me llevara al baño, y él me autorizó a que me descubriera un poco los ojos”, relató.
“En el pasillo que unía ‘capucha’ con el sector del pañol grande, vi a una mujer de pie, rodeada de dos o tres chicas jóvenes, teniendo en brazos a un bebé con pelusita rubia. Ella aparentaba haber dado a luz hacía poco, el vientre y los pechos hinchados, y vestía un camisón largo azul. Una de las mujeres que la acompañaba estaba embarazada, era más alta y lucía una vincha o pañuelo en la cabeza. Me sorprendió tanto ver un bebé como una embarazada allí adentro, pero mis compañeras de cautiverio me explicaron que era usual”.
Lewin precisó que no todas las detenidas tenían derecho a contactarse con las embarazadas, quienes permanecían “en una habitación especial que daba a la Avenida del Libertador”. Sus compañeras también le contaron que a la mujer que había visto con el bebé le decían justamente “Bebé”. No supo hasta mucho después que era Alicia Alfonsín, la mamá de Juan Cabandié. Lewin dedujo, además, que la embarazada del pañuelo en la cabeza era Liliana Pereyra.
Secuestrada el 17 de mayo de 1977 en Crovara y General Paz, Lewin, quien por entonces tenía 19 años, cree que su cautiverio comenzó en la Comisaría Nº 44, adonde fue llevada con los ojos vendados y en el piso de un auto. “Luego me trasladaron a una casa operativa de Inteligencia de la Fuerza Aérea, que años más tarde pude identificar en Virrey Cevallos 632”, añadió.
Pasó diez meses y medio recluida en una pieza sin contacto con otros secuestrados. De allí fue llevada a la ESMA, donde primero estuvo en el sótano, en un cuarto de tortura, encapuchada y con la luz apagada. “Pero podía escuchar voces en el interior del cuarto –remarcó Lewin–, incluso femeninas, cosa que no ocurría en mi anterior destino”.
Del sótano la llevaron a ‘la capucha’, “donde había cubículos de madera en el piso, con colchonetas, y en cada uno de esos espacios, un prisionero”. Lewin pasó varios días en ese sitio hasta que el oficial Raúl Scheler, “Mariano" o "Pingüino”, la entrevistó en ‘la pecera’ y a partir de ahí comenzó a trabajar en el llamado ‘staff’, un grupo de secuestrados que eran obligados a hacer distinas tareas para los represores.
Meses después, Lewin tendría la oportunidad de relacionarse con otra embarazada, Patricia Roisinblit (hija de Rosa Roisinblit, vicepresidenta de Abuelas), a quien conocía de antes del cautiverio. También había sido secuestrada por la Fuerza Aérea y su esposo, José Manuel Pérez Rojo, había sido responsable de Lewin durante su militancia. Como las otras embarazadas, Patricia recibió de los marinos la cínica promesa de que el bebé sería entregado a su familia.
“Con respecto a la suerte del bebé que vi en brazos de su madre aquel día, me dijeron mis compañeras que no había permanecido mucho tiempo, al parecer se lo llevaron unos quince días después de su nacimiento”, detalló la periodista, quien especifícó que según sus cálculos lo vio “en los últimos días de marzo de 1978”.
El testigo Andrés Castillo, previsto para las 12, no se presentó. Restan, para la jornada de hoy, los testimonios de los policías Veyra y Lagorio.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Juan Cabandié: “La casa de Falco era una sucursal de la policía”

En primer grado, el nieto restituido Juan Cabandié Alfonsín recibió una orden de quien por entonces creía que era su padre: “Cuando te pregunten qué hace tu papá, tenés que decir ‘visitador médico’”. El apropiador de Juan, Luis Antonio Falco, integraba una superintendencia de inteligencia de la Policía Federal (PF).
Fue una de las muchas revelaciones que se escucharon en la primera audiencia del juicio por apropiación contra Falco. Vale aclarar que se trata de un proceso tramitado por el antiguo código penal, por lo cual no es de carácter oral y público. Gracias a las gestiones de Abuelas de Plaza de Mayo, sin embargo, los testimonios serán públicos.
“Con los años –detalló Juan– fue relatando las actividades que desarrollaba en la fuerza de seguridad. De hecho, se llegó a jactar de haber hecho allanamientos y de haber obtenido así diversos artículos como una guitarra y muchos discos, que llevaba a la casa donde me hacían vivir”.
Con suma paciencia, puesto que el sonido de la sala no era el adecuado y casi había que dictarle a la secretaria del tribunal, Juan añadió que Falco andaba armado en todo momento y que en la casa había platos con escudos de la PF y reconocimientos de la fuerza. “Su círculo íntimo también estaba vinculado a la Federal”.
“Cuando yo tenía 9 ó 10 años, Falco realizó una capacitación en la escuela de comandos de la Policía Federal, sobre Camino de Cintura, fue un entrenamiento militar. Por esta formación recibió el título de comando y como souvenir una boina”.
Sobre esa misma boina, Falco prendía las esvásticas que le regalaba su amigo Jorge Veyra, otro policía federal. Apodado “el Pájaro Loco”, Veyra y su esposa hacían las veces de padrinos de Juan y de su hermana Vanina, hija biológica del matrimonio Falco.
“Veyra iba todos los fines de semana al club de la Policía Federal, en Avenida del Libertador y Crisólogo Larralde, adonde también íbamos nosotros. Ahí, en la pileta, Veira llegó a discutir con Vanina acerca del genocidio nazi, que él justificaba. ‘Cuando crezcas vas a saber cómo son los judíos’, le dijo”.
Juan contó que Veyra había depositado “esperanzas militares” en él y que incluso le regalaba revistas militares y uniformes de fuerzas especiales. “¿Cómo está mi cadete?”, era el saludo de Veyra cuando Juan, en séptimo grado, asistía a una academia preparatoria para el Liceo Militar que, por suerte, no siguió. Según Juan, Veyra hacía gala de “cuántos estudiantes universitarios se habían cargado” en operativos durante la dictadura.

“Los criaron con amor”
Al club de la policía también concurría otro apropiador de hijos de desaparecidos, el subcomisario Samuel Miara. Gonzalo y Matías Reggiardo Tolosa, sus víctimas, eran por entonces amiguitos de Juan. “De la noche a la mañana, sin explicaciones, dejé de verlos”, relató Juan.
En efecto, Miara los volvió a secuestrar y se los llevó al Paraguay del dictador Alfredo Stroessner. “Un día vi en la tele un anuncio en el que se pedía información sobre el paradero de los mellizos y fui a decirles a mis apropiadores. Me respondieron que era una confusión”.
“Tiempo después, Falco y su mujer viajaron a Paraguay y a la vuelta contaron que ‘por casualidad’ se encontraron con Miara, su esposa y los mellizos”.
Aún así, cuando cobró mayor visibilidad el caso de los Reggiardo Tolosa, a Juan le “blanquearon” la situación. “Me dijeron que sí, que tenían a sus padres desaparecidos pero que los Miara desconocían eso, que se los entregaron, los criaron con amor y que fueron tan buenos que los alimentaron bien, que al momento de recibirlos eran como ‘dos ratitas de flacos que estaban’”. Juan agregó que Falco le dijo que fue él quien “consiguió los documentos de los mellizos”.
Juan precisó los maltratos a que lo sometía Falco. Golpizas que terminaron en traumatismos y vómitos. Violencia psicológica constante. “La casa era una sucursal de la policía”. Cualquier cosa podía ser motivo para una paliza.
En junio de 2003 Juan se acercó por primera vez a las Abuelas. Ahí comenzó a confirmar sus sospechas de que era hijo de desaparecidos. Esa misma tarde, todavía sin la certeza del examen de ADN, Juan llamó a Falco, a quien no veía hacía cinco años, desde que se había separado de su mujer.
“Le dije que sabía que era hijo de desaparecidos y lo increpé para que me diera datos acerca de mi origen. Él se negó, insistió en que era mi padre y me preguntó: ‘¿Quién más sabe de esto que me estás contando?’”, recordó Juan e hizo una breve digresión: “Pese a que no lo veía desde los 19 años el miedo seguía en mí, lo llamé con mucho temor sobre lo que pudiera hacer él luego de que yo le contara mi certeza”.
“Entonces le dije que lo sabían Estela de Carlotto y el presidente Kirchner”, completó Juan, riéndose de su propia ocurrencia, como toda la sala. “También lo sabían mi hermana Vanina y el militante de HIJOS Walter Muñoz”.
Juan cortó la comunicación. Al rato fue Falco el que lo llamó. Le propuso una reunión que Juan rehuyó. “Pasó a preguntarme qué necesitaba yo ‘para terminar con esto’, como diciéndome ‘cuánto necesitás’”.
Al cierre de su testimonio, Juan destacó el acompañamiento de Abuelas en el proceso de restitución de su identidad, en particular del equipo psicológico de la institución. Entre el público estuvieron la presidenta de Abuelas, Estela de Carlotto, el secretario de la institución, Abel Madariaga, nietos restituidos y muchos amigos de Juan.
Aplausos primero, abrazos después, al bajar del estrado, despidieron el duro relato de Juan, actual legislador de la Ciudad de Buenos Aires, quien con la calma que sólo otorga la verdad continúa escribiendo su propia historia, la que por más de 25 años le negó su apropiador Falco.

“Era un bebé hermoso”
Luego de Juan, fue el turno de María Alicia Milia, secuestrada entre el 28 de mayo de 1977 hasta el 19 de enero de 1979 en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Fue levantada en plena calle, torturada en el sótano de la ESMA y se como detenida se le asignó el número 324. De allí fue llevada al altillo del mayor centro de detención de la dictadura, más conocido como “la capucha”.
Milia confirmó que conoció a la mamá de Juan, Alicia Alfonsín, a quien le decían Bebé “porque tenía el pelo cortito, rubio, y porque era muy jovencita”. Recordó que era muy delgada y tenía una “panza inmensa”. La testigo manifestó que Alicia venía de otro centro clandestino, El Banco, en el cual había quedado su esposo, Damián Cabandié.
Para recibir los partos de las detenidas embarazadas llegaba un médico naval, Jorge Luis Magnacco en el caso de Juan, quien con la ayuda de alguna detenida atendía a la parturienta. Esto último, aclaró Milia, fue algo que se logró conquistar.
“Cuando nació Juan recuerdo que lo tuvo Alicia Tokar, una compañera secuestrada, y me lo mostró, era un bebé hermoso, grande, y este nacimiento, como los otros que se daban allí, nos conmovía a todos, que hubiera vida, en un lugar de muerte, nos conmovía”.
“Desgraciadamente no a los marinos que cruelmente planteaban a las embarazadas que escribieran una carta a su familia que ellos les llevarían al bebé, mientras ya sabían quién iba a quedarse con el niño…”.
Elisa Tokar, la detenida que le mostró a Juan recién nacido a Milia, fue la siguiente testigo de la jornada. Tokar certificó los dichos de Milia y echó un poco de luz sobre el itinerario previo de Alicia, quien habría sido trasladada a la ESMA por “el coronel Minicucci”, presunto responsable del centro de detención El Banco.
El primer día de testimonios públicos culminó con las declaraciones de otras dos ex detenidas de la ESMA, Graciela Daleo y Ana María Martí. Todas las testigos dieron crédito a la conexión ESMA-Policía Federal y brindaron precisiones sobre el sistemático plan de apropiación de menores de la dictadura.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Cronograma de testimoniales

Las declaraciones se realizará en el Palacio de Justicia, Talcahuano 550.
Viernes 18 septiembre:
Juan Cabandié 11 hs.
Maria Alicia Milia 12 hs.
Beatriz Elisa Tokar 13 hs.
Graciela Daleo 14 hs.
Ana María Martí 15 hs.

Martes 22 de septiembre:
Mirian Lewin 11 hs.
Andrés Castillo 12 hs.
Jorge Mario Veyra 13 hs.
Juan José Lagorio 14 hs.

Viernes 25 de septiembre:
Wilfredo Cabandié 11 hs.
Matías Reggiardo Tolosa 12 hs.
Beatriz Castillo 13 hs.
Armando Víctor Lucchina 14 hs.

Martes 29 de septiembre:
Yole Opezzo 11 hs.
Oscar A Santapá 12 hs.
Sandra E. Filippini 13 hs.
María Belén Rodríguez Cardozo 14 hs.
Ana María Di Lonardo 15 hs.

COMUNICADO DE PRENSA


Ref. Comienza el juicio al apropiador de Juan Cabandié

Abuelas de Plaza de Mayo informa que el próximo viernes, 18 de septiembre, a las 11 comienzan las audiencias públicas del juicio al ex oficial de Inteligencia de la Policía Federal Luis Antonio Falco, por la apropiación de Juan Cabandié Alfonsín.
Los testimonios de los testigos podrán escucharse todos los martes y viernes de septiembre, en la planta baja del Palacio de Justicia, Talcahuano 550, en la sala donde se realizó el Juicio a las Juntas y, recientemente, el Juicio por la tragedia de Cromañón.
Según su legajo en la Policía Federal, Falco ingresó a la Escuela de Informaciones el 17 de marzo de 1969 y llegó a detentar el cargo de oficial tercero de Inteligencia. A poco de conocerse el resultado del examen genético de Juan, Falco huyó de la justicia y luego se presentó para argumentar que ignoraba la procedencia del bebé que, según él, adoptó “legalmente” en 1978.
La causa por la apropiación de Juan Cabandié se encuentra radicada en el Juzgado Federal en lo Criminal y Correccional N° 1, a cargo de María Servini de Cubría. Juan recuperó su identidad en enero de 2004, luego de que los estudios de ADN confirmaran que era hijo de Alicia Alfonsín y Damián Cabandié, ambos secuestrados en 1977.
Las Abuelas de Plaza Mayo acompañamos a Juan en este juicio y anhelamos que el juzgado federal Nº 1 tome los recaudos correspondientes para que el juicio transcurra de acuerdo al debido proceso y que la justicia condene así a uno de los máximos responsables del delito de privar a Juan de su identidad y de su libertad durante 27 años.

Buenos Aires, 17 de septiembre de 2009.
NOTA: Agradecemos la difusión de esta información y convocamos a presenciar las audiencias. Para más información sobre las acreditaciones y el juicio comunicarse con el juzgado Nº 1 4032-7103.